Reconstrucciones

La reconstrucción de Romeo

El puto amor no es suficiente

¡Espera, no te vayas! le pidió y Renata se quedó dos años en su vida.

Crónicas NarcoMarcianas

I. Los cuatro, II Los archivos de mi vida y III La Doña Teresa...

¿Anarquía y caos es lo mismo?

¿Por qué se asocia el concepto de anarquía con el del caos?, ¿son sinónimos?

El crecimiento económico en México ¿Cuestión de enfoques?

Nuestro nuevo colaborador Jonathan Zuloaga nos habla sobre los enfoques que cada institución le da a los datos sobre el crecimiento en México.

Orwell y el internet en México

¿México está rumbo a la Oceanía de la novela 1984?

martes, 23 de febrero de 2016

Reconstrucciones

Por Víctor Hugo Díaz Xolalpa
Regresiones
Se rindió, miró el reloj, era tan tarde. Julieta no llegó. Romeo se levantó  paró un taxi. Al bar más cercano, le pidió al conductor. Bajó del taxi y entró al bar. Tres horas más tarde, borracho y llorando le marcó a Julieta, le preguntó ¿Por qué? ¿Qué estaba pasando? Julieta  se contuvo, Romeo salió del bar con el teléfono, la cerveza y su vida en la mano. Julieta contestó: No te amo, nunca lo haré.  Romeo se terminó la cerveza y le suplicó que lo entendiera, que aceptaba que no lo amará, le rogó que no se fuera, que la necesitaba. Julieta contestó: supéralo, me tienes harta y colgó. Romeo guardó el teléfono, pagó su cuenta, salió a la calle y dejo que su mundo se derrumbara.
Explosiones
Amanecía, anochecía y no paraba de llover. Una semana difícil. Romeo esperaba que la lluvia cediera para salir a comer algo e ir por vino y cerveza, al final de la semana renunció a la comida. Estaba cansado, destrozado. Dormía día y noche, tomaba día y noche. Se asomaba por la ventana y la lluvia no cedía. Tenía frío, tenía miedo, le dolía el cuerpo. Pasaron las lluvias, el sol salió. Era hora de ir al mar. Seguía sin comer, sólo tomaba cerveza.
Le rezo al mar, a la vida para que todo estuviera en paz. Julieta le marco para recordarle que ella nunca lo iba amar, que no la buscara hasta que lo aceptara. Romeo se tomó la última cerveza junto al mar y se fue al bar. No dejó de tomar hasta las ocho de la mañana.
Renunciaciones
Pasaron los días,  Romeo estaba bien. No la buscó, aunque se moría de ganas. Dos semanas después Julieta le marco para contarle sobre su vida, sobre lo mal y lo bien que le iba, Romeo la escuchó como siempre supo hacerlo, con atención, con amor.  
¿Qué pasó?
Romeo borracho le escribió, que estaba mal,  que ridículamente no entendía lo que pasaba. Julieta le contestó: otra vez vas empezar, no te amo, me tienes harta. Romeo se aguantó y no lloro.  Una semana después Romeo le escribió, siempre estuve para ti, nunca te falle. Julieta no contesto.
A la siguiente semana, Romeo vio a Julieta pasar con su novio. Romeo no sabiendo qué hacer, se embriagó y al poco rato le escribió que la había visto, que se sentía herido, que le dolía. Julieta no contestó.
Romeo renuncio a Julieta, pero sentía que pudo haber hecho las cosas mejor, se reprochaba por ello, se sentía triste por no ser como Julieta quería y por tantas cosas; por esto, por lo otro, por aquello que Julieta siempre le echo en cara. Él dejo de buscarla por un tiempo, un día y después de soñarla toda la noche, de pensar en ella todo el día, de tomar cerveza toda la madrugada, llegando a su casa recibió un mensaje de Julieta.
Ya no decía Julieta, era su nombre real, ya no era Romeo era su verdadero nombre. Ella le escribió, deja de marcarme, ya déjame en paz. Borracho le contestó, pero yo no te he marcado, cosa que se lamento fuera cierta, le dolió que ella creyera que no la buscara, aunque fuera para molestarla.  Él en su locura siguió escribiéndole que la necesitaba, que se quedara. Ella ya nunca contestó.
Reconstrucciones
Al otro día con la resaca, entre vómito y dolor de cabeza la dejo ir. Dejó que el dolor se callara, que ya no fuera su voz, envolvió todo su amor en un poema y lo echó a la basura. Sabía que llorar ya estaba de más. Por fin acepto que ella sólo existió en su vida para quebrarlo. Sí ella hubiera querido…  nadie estaría leyendo este cuento. 

Borracheras
Si no fuera por esas noches sin fin, Romeo estaría muerto.



sábado, 6 de junio de 2015

El puto amor no es suficiente….

Por Víctor Hugo Díaz Xolalpa

Llego y tumbo de una pata la puerta. Entre saliva y sangre salieron sus últimas palabras. Su cuerpo ya sin fuerzas se dejó caer. Everardo corrió, esquivando un chingo de balazos, llego hasta ella. La agarro entre sus brazos. ¡A la chingada de aquí!, escucho los gritos y las camionetas se arrancaron.

¿Qué chingados paso? Renata… Renata… Renata… pero ella ya había llegado al séptimo círculo del infierno. Él lo sabía, la miro y antes de cerrarle los ojos la beso. Se contuvo el llanto y la vida que se le escapaba, porque ella era eso, su universo.

Everardo tuvo que renunciar, dejar su casa, su pueblo… ya no tenía nada.

Renata tan hermosa, tan loca, tan tierna, tan enamorada del dinero y a veces de él, pensaba Everardo. Pero nunca lo escucho, le suplico que se alejara de esos jales, que eso no era para ella. Pero sí esto es lo que quiero, que no te gusta el dinero, lo que te regalo, la troca, el pinche iphone… Nada… carajo, no te doy gusto ¿Tú por qué no lo dejas?

Puto amor no es suficiente en este pinche mundo.

Fue en un hotel de paso donde ella era recamarera. El cuarto en el que se hospedo era un desmadre; botellas, colillas de cigarros por aquí y por allá, la morra que contrato para festejar su cumpleaños ya se había ido, ni siquiera lo felicito, sólo se drogaron, cogieron y tomaron hasta que Everardo se olvidó de la noche. Por la mañana Renata entro hacer la limpieza lo miro ahí tirado, miro el desmadre y ahí vio la cartera, el fajo de billetes y se metió la cartera a la bolsa del delantal. Pero antes de que ella saliera Everardo despertó. ¡Espera, no te vayas! le pidió y Renata se quedó dos años en su vida.

Renata supo del trabajo en el que estaba Everardo, al principio ella desconfiaba, sigilosa lo esperaba todas las noches, esperaba los regalos, los lujos y claro, los besos, porque Everardo no más de verla se le iban sus pinches sustos en besarla y abrazarla.

Un día llegaron a buscar a Everardo, eran los contras. ¿Dónde está ese cabron? La agarraron de los cabellos, la arrastraron, estuvieron a punto de violarla… Renata les dijo todo lo que sabía, pero que a él lo dejaran vivo. En pocos meses Renata se volvió jefa de una célula.

Señor y señora Smith, pensaba ella y se echaba a reír. Everardo nunca entendió porque le gustaba tanto ver esa película.

Everardo pensó en dejar esos jales, pensaba en el futuro, en los hijos, en una vida con ella.

Everardo debía muchas vidas, pero era una la que importaba. Y esa era la vida que pago Renata con otras muchas vidas. Pero en estos jales esos vaivenes desafían el destino. Ella tomo una vida que importaba. Y llegaron a cobrársela.

Everardo nunca supo el momento en que acepto que ella tuviera el mismo trabajo y siendo de los contras, tampoco entendía como es que eran tan felices aun sabiendo el peligro que eso representaba para ellos.

Ahora mirando el cuerpo inerte de pronto lo supo. Pero por qué no lo habían matado a él. Y su vista se nublo, su corazón latió más despacio. Renata después de tirar la puerta le disparo.

Everardo despertó en el hospital. Era un sueño, eso de que había dejado su pueblo, su casa, de qué había renunciado. En realidad sólo estuvo inconsciente por tres días. Como Jesús, pensó y cerró los ojos.

Es tú vida por la mía, de pronto lo recordó, sus últimas palabras. Renata le salvo la vida al dispararle, al dejarlo vivo una vez más.

Renata sí renuncio, esa era la última noche en ese pueblo, en esa casa. Ella quería una vida, hijos, un futuro. Y un dolor lo inundo. Ahora entendía las risas de Renata al ver esa película. Y no sólo eso, entendía todo, Renata sabía de lo arriesgado que era. Ella siempre lo supo y quería llegar a ese futuro de la manera más fácil, quería hacerle entender las cosas.

Puto amor no es suficiente para entender este pinche mundo.

sábado, 4 de abril de 2015

Crónicas NarcoMarcianas

Por Víctor Hugo Díaz Xolalpa

I
Los cuatro

Una suburban dorada con los cristales ahumados… pasó echa la madre sobre la avenida y tras ella iban dos camionetas de la policía federal atascadas de guachos, dos cuadras más adelante frente a un oxxo se detuvieron las tres trocas, ahí paso todo el desmadre. 
Un helicóptero sobrevolaba la manzana, el humo comenzaba a alzarse, la gente dejó de asomarse por la ventana, el ambiente tenía cierta electricidad, por un instante hubo silencio, un silencio insoportable. “Jálale” fue el grito que desató el infierno.  
La  suburban se detuvo bruscamente frente al oxxo, de ahí, en chinga bajaron los cuatro primos Jeremías, Marcos, Pablo y Everardo, todos llevaban puesto chalecos antibalas y cada uno llevaba su propio cuerno de chivo y un par de granadas.
Jeremías el mayor de los primos fue el que grito “jálale” y al instante los cuatro comenzaron a dispararle a las dos trocas de guachos que los seguían, a los primeros  balazos Marcos le dio al conductor de la primer camioneta, esta se giro bruscamente  y fue a chocar contra un poste de luz, sólo tres salieron corriendo hacia la segunda camioneta que ya estaba aparcada en medio de la calle donde los demás policías se cubrían y disparaban.  Los tres  que salieron vivos del choque corrían desesperadamente haciendo todo lo posible por salvarse, dos alcanzaron a llegar, el otro murió cuando una bala de sus propios compañeros le dio justo cuando gritaba “maten a esos hijos de la chinga…” la bala entró por su boca.
Mientras que atrás de la camioneta unos federales pedían refuerzos y otros disparaban con una locura, que los balazos salían por todos lados, menos a su objetivo. Del otro Marcos y Jeremías seguían disparando, Pablo saco una de sus granadas y la lanzo a la camioneta que había chocado… Everardo subió a la camioneta y puso un corrido a todo volumen, cuando bajó grito ¡ahuevo! Dejando escapar de un jalón todos los tiros de su cuerno. En los ojos de los cuatro primos se miraba el reflejo del fuego provocado por la explosión.
Los federales iban cayendo uno a uno hasta que todos murieron. Se escuchaban las sirenas a los lejos, el helicóptero dio una señal a los cuatro primos y estos treparon a la suburban, Everardo se arrancó y al pasar a lado de la otra camioneta Pablo aventó otra de las granadas. Acelerando y con la música a todo volumen se perdieron entre las calles de la ciudad. 
Al día siguiente, en las noticas apareció que los supuestos policías federales que habían muerto acribillados a manos de la delincuencia organizada eran sicarios disfrazados de federales. Mientras los del otro bando no se supo quienes fueron, sólo que iban en un suburban dorada, cuidados y guiados por un helicóptero.
Tres días después en un restaurant de mariscos entre cervezas y música de banda en vivo, los cuatro primos negociaban con el procurador del estado la plaza que por derecho les pertenecía y que el gobernador había cedido a los contras.

   II
Archivos de mi vida

¡Súbele, todo el puto volumen! Pinche rola está bien chingona, dice mientras destapa la Tecate bien fría y le da un trago largo. Saca una cajetilla de cigarros y me ofrece uno. ¿No te late?, me pregunta sin voltearme a ver, mirando para todos lados. Pos esta chida la rola, le digo mientras le doy una calada al cigarro.

Cámaras, ¿tons qué, le marco a mis perros pa’ que nos traigan unos de a cien? Me dice mientras mira por el retrovisor, como asegurándose de que nadie nos siga. Pero primero vamos al OXXO por parque, de una vez ¡no? Enciende el carro, acelera y lanza la lata de cerveza por la ventanilla.

Everardo tiene 24 años, es medio desconfiando, sigiloso, desmadroso, le gusta escuchar al Gerardo Ortiz a todo volumen. Es apiñonado, medio alto, ojos café claro. Cuando habla lo hace entrecortado, como si pensara cada palabra, pero no es eso, es que siempre anda alerta o alterado, pa’ que se entienda mejor, tiene paranoia.

La escuela no le gustó. Se salió cuando iba en el tercer semestre de una de esas prepas de “López Obrador”, de ahí se jaló al mercado a trabajar ayudándole a una tía en un puesto de comida. Pinche vieja, me traía en chinga y pos la mande chingar a su madre, me dijo el día que lo conocí en una fiesta, no me acuerdo si fue porque le regale un cigarro por lo que empezamos hablar.

Llegamos al OXXO. Dos doce de titanium, de una vez pa’ no dar vueltas, porque esto va pa´largo y hay que andar al pendiente. Saca el celular y marca. Arre, mi perro ¿dónde andas?... ¡Ahuevo!... Simón… Pues unos cuatro… Lo volteo a ver y le digo, ¡No mames, estas bien pendejo!... Me ignora y sigue hablando, ¡Nel, nel, tráeme seis, chingue a su madre!

Después de ahí pues le busqué por internet y me topé con la chamba donde andaba, ahí en el segundo piso, cobrando en las casetas, pura pinche morra bien chingona pasaba , una vez pasó una que llevaba una minifalda y no mames, no llevaba calzones, pero espérame voy por otras chelas. Se perdió entre la gente, me di media vuelta y regresé con mis cuates a donde estaba. Al poco rato fui al baño, de regreso me lo tope otra vez y como si no lo hubiera perdido, siguió platicándome, me pasó una michelada. Entre la música, las morras que iban pasando y demás ruido, trataba de ponerle atención a lo que me decía.

Salimos del estacionamiento del OXXO hasta llegar a una calle oscura, solitaria y aunque era época de calor, se sentía frío. Eran como eso de las diez de la noche. Saco un papel, lo abrió, probo con el dedo el polvo ¡Esta perra! préstame una credencial. Le di mi credencial de la escuela, mientras volteaba a ver la luna.

Después me casé, tuve un morro, a los tres meses de nacido tuve pedos con mi vieja, nos mandamos a la verga y me salí de la chamba del segundo piso. Me prestaron un taxi. ¿Qué pachoooo?, le grita a una morra que iba pasando. Saque una cajetilla de cigarros, le ofrecí uno y mientras lo encendía me dijo, pura pinche morra bien buena en esta pari ¿no? ¿Vives por aquí?

Limpió el cofre del carro, y armó las líneas. ¡No mames, no se ve ni madres!, le dije. Tú tranquilo, que yo nervioso, pa’ eso está la luna, pero mejor ponte la nuevas rolas del Gerardo. Me metí al carro, le cambie de canciones y por el parabrisas vi como inhalaba una de las líneas. Levantó la cara y mientras se limpiaba la nariz con las manos, me gritó: ¡ponte “Quién se anima”!.

Y pues ahí aprendí el jale, necesitaba dinero pa’ mi morrito, bueno en realidad fue no más por pinche desmadre.

Cámaras vas tú, me decía mientras sacaba las cervezas. Inhalé y comenzó Mujer de piedra de Gerardo Ortiz, me dio una cerveza y me dijo salú. Chocamos las latas y empezamos a corear la canción.

Una nueve milímetros, cinco mil pesos y así empecé. Fue con un wey que se había pasado de lanza con la hermana de un cuate pesado de ahí por mi colonia y pos dije ya vas conejo blas. La fiesta ya estaba terminando, las morras chidas ya se habían ido. La música ya se había acabado y mis amigos me esperaban. ¿Tons qué? así le hacemos ¿no?, me dijo mientras le daba otro cigarro. Llegue con mis cuates y preguntaron que quién era, les respondí: un cuate que acabo de conocer, que dice que es sicario y pos le dije que a ver qué día me invitaba. ¿Y para qué? Me preguntó uno de ellos, ¿cómo para qué? Pos pa’ ver y escribir como son esos jales.

No sé sí pasaron como tres o cuatro horas o como quince cervezas, pero de lo que sí estoy seguro, que fueron otros cuatro papeles más.

Fui a orinar cerca de un árbol, cuando regresé ya había encendido el carro. Pos ahora sí, a lo que nos truje. ¡Fierro!, le dije mientras me subía el cierre del pantalón.

Las batallas, las agallas, me identifican a mí, un tiempo se opuso el verde pero ya me ha dado el sí, las estrellas, luna y sol astros que brillan en mi” íbamos cantando, a todo lo que daba el sonido del carro, rechinando llantas, la luna callada nos seguía con la mirada, nos guiaba con su luz, con la misma luz que habíamos inhalado.

Se frenó frente a una casa, apago las luces, abrió la guantera, saco la nueve milímetros, se bajó sigiloso, desconfiado y desmadroso me pidió que repitiera la canción. Me desconcerté y cuando le iba preguntar por qué la misma canción a todo volumen ya se había perdido en la oscuridad de la madrugada. Un par de nubes cubrieron la luna, repetí la canción y recosté mi cabeza en el asiento. “Hay muchas formas de las que yo pudiera explicar, la función de mi carrera, mas yo nunca hablo de más, la vida te pega golpes sin tenerte compasión y después de la caída siempre existe un levantón

Cuando desperté, ya había amanecido andamos como entre unos bosques, busqué a Everardo y lo vi subiendo una pendiente, se sacudía las manos. ¡No mames, estas chavo! Me dijo y se subió al carro, saco el último papel, le di mi credencial, primero inhalo él, me paso la credencial con un montoncito en la esquina y mientras le jalaba arrancó y la canción que me había pedido que repitiera empezó otra vez a sonar. “Los archivos de mi vida al comienzo acumulé, repasándolos me acuerdo cuando apenas comencé, el sueño que yo tenía al fin se me realizo

III
La Doña Teresa

Le dicen “la Doña Teresa” su nombre resuena como zumbido de bala antes de atravesar el cuerpo de alguien y es que es una mezcla de respeto y temor, a veces una más que la otra y eso dependiendo de la situación.

Su nombre se rumora en la madrugada, zigzaguea como culebra atravesando el desierto, en este caso las calles oscuras, chiflidos, narcorridos como tono de celular inquietan a quien en sus casas no duermen con la intranquilidad de que sus hijos no han regresado y quién sabe por dónde andan tan tarde.

Porque uno después de escuchar hablar de ella, pensaría que en efecto, no es ella si no él. Por el panteón, allá está en su troca y si no vamos en diez minutos pa’ que te cuento carnalito. En chinga se montan en su motonas, van por la merca y regresan, ya nos mandó “la Doña Teresa” a curar a los enfermitos, dice alguien que hace un par de años ganó los panamericanos en pelota vasca y es que resulta que deja más este pinche jale, que hacerla de deportista, porque pinche gobierno. Pues sí, pero saliste en la tele cabrón. Pues sí, pero es no me da para tragar.

Suenan los celulares, seguro que quieres conocer a “la Doña Teresa”. Simón, quiero verla, aunque no más sea de lejos, yo te espero. Cámaras súbete atrás. El frío de la madrugada se mete por la narices y la motoneta ruge y vamos rumbo al panteón, ahí está “el punto”.

Suena los acordeones dentro de la camioneta, la voz de Jenny Rivera cantando “La Gran Señora” , no se alcanza a ver quién está dentro, vidrios ahumados y chingo de humareda. Nadie habla, intento ver de reojo. Es una mujer pequeña, de ojos grandes, aunque no la distingo bien.

Sale de la camioneta y mira a quien me llevó y el me mira y yo la miro y puras miradas y nadie dice nada y “la Doña Teresa” le da la bolsa con un chingo de papeles, son como dulces, los mete a su morral que trae atravesado desde el cuello. Pasa una patrulla con la sirena encendida, “La Doña Teresa” los mira y la sirena se apaga y se aleja. ¡Vámonos porque aquí asustan!

Así es “la Doña Teresa” silenciosa, imponente, derrotada por la vida, por su marido, quien le dejo la plaza al caer preso, pero salió pronto y bueno, como toda mujer fiel y sumisa mientras su marido se va por las viejas, las cervezas, ella se queda callada. Allá que se chingue, yo ya la mantuve, me toca disfrutar porque uno nunca sabe cuándo vuelve a caer, advierte su marido.

Arranca la moto, acelera y nos vamos alejando, “la Doña Teresa” nos mira mientras nosotros nos perdemos en el oscuro asfalto. Sin dejar de mirarla veo como se agacha a recoger algo, ya no alcanzo a ver que es.

¿Por qué tenía cicatrices en la cara?, pregunto. Pues por qué crees. No, pues no sé, dime. Pues su wey se la chinga, le quita el varo de la venta y como siempre llega hasta la madre de briago y drogado, pos le vale madre su vieja.

Tal vez es el dolor lo que nos hace creer que es más fuerte en todos los aspectos, porque no necesita decir algo, se entienden sus miradas y nos hace sentir como si no se pudiera hacer absolutamente nada en contra de ella, porque aunque las madrizas se las lleve ella y el dinero su marido, ella con una mirada puede hacer que las balas vuelen como luciérnagas en la madrugada y se lo traguen. Pero cuando la derrota es aceptada no queda de otra más que mirar, mirar como la noche se traga al mundo. Y los hijos que aún no llegan a sus casas son los clientes de quien “La Doña Teresa” surte. Y con eso basta. No hay víctimas ni culpables sólo la derrota que cada quien se traga como puede. La derrota heredara por las generaciones anteriores.

¡No mames! Le digo a quien me llevo, no viste mi muñequito. ¿Cuál wey? El zapatista que traía de llavero. No, a lo mejor se te habrá caído en el camino. Ni modo, susurro.

jueves, 19 de febrero de 2015

El río y las cenizas.

Por Víctor Hugo Díaz Xolalpa
Apresurados iban, abriéndose paso entre los matorrales, el que iba hasta enfrente con el machete iba cortando la ramas más grandes para abrirles camino a los otros dos, uno con una bolsa negra y el último, de atrás, iba cargando a cuestas un cuerno de chivo.
Eran varias horas de camino antes de llegar hasta el camino principal, y de ahí, rumbo al pueblo, era como una hora y media más de camino.

Los tres iban en silencio, sólo escuchando el ruido que provocaba el machete al chocar contra las ramas, antes de llegar al camino principal tenían que cruzar un riachuelo, se detuvieron frente a él, se miraron unos a otros y luego al riachuelo. El agua era cristalina, fluía con destreza entre las piedras, pero quién sabe hasta dónde iba dar. Ahí mismo decidieron descansar, tenían sed y hambre, aunque para ellos el hambre era lo de menos, podían aguantarse, pero la sed que traían se la podían quitar tomando agua del riachuelo, no lo hicieron. Después de un buen rato, el que llevaba el machete miró a su alrededor, retrocedió un poco y se encarreró para brincar el escueto riachuelo. Le lanzaron la bolsa negra al que ya había cruzado, después, uno intentó pasarle el machete que no alcanzó a llegar a la otra orilla y quedo semienterrado en medio del riachuelo. Al riachuelo parecía no importarle, lo rodeaba y seguía su camino. Los otros dos meditaron un rato, dudaron si saltaban o no. Pero el de la otra orilla comenzó a caminar cargando la bolsa negra a sus espaldas.

Ni modo, sabían que ya no podían cruzar, que era mejor regresarse y al otro le dejaron ir solo. Ahí no más te encargamos, le gritaron al otro que ni siquiera se inmutó ni volteó a verlos, mientras se alejaba hasta perderse en la vereda.

De repente como si un rayo hubiera pasado por su mente, el que cargaba el cuerno de chivo se regresó al riachuelo y dejo caer el arma en el agua. Regreso corriendo al lado de su compañero que lo esperaba a lo lejos mientras fumaba, al llegar a su lado le ofreció un cigarro.

El que pudo pasar, al llegar al pueblo, observó que la gente murmuraba, que iba y venía por las calles, había una enorme fila que salía del atrio de la iglesia.

Se fue al primer puesto que vio, se pidió unas quesadillas y una coca cola bien fría. Dejo la bolsa a un lado de la mesa donde se sentó. Un par de moscas se posaron sobre la bolsa, furioso se levantó y las espantó con rudos manotazos hasta que se aseguró que ya no volverían. Terminó de comer y se fue rumbo a la iglesia.

Paso en medio de la gente ignorando las miradas de curiosidad, haciendo a un lado a los niños que jugaban y corrían de aquí para allá.

Llego a la puerta principal, el padre se alegró al verlo.

- ¡Estaba preocupado, hijo! Mira la hora, y los fieles ya se desesperan, ya quieren su crucecita en la frente pa’ espantarse los demonios, qué dicen andan sueltos.

- No pos si ya estoy aquí, ya ve que de pronto llovió y pos ni cómo hacerle padre, hoy en la mañana tuve que terminar… pero mire ya está aquí.

- ¿Y tus hermanos?

- Se regresaron, padre…

-¿Y eso?

-Pos ya ve…

El padre depositó las cenizas en un recipiente e hizo pasar a los feligreses que ansiosos esperaban. Con el dedo comenzó primero con él, pero él se hizo para atrás…

-No padre, yo no'más quiero la bendición… las cenizas no, esas no, esas son para que Dios me perdone.

El padre desconcertado lo miró, y lo bendijo con la mano.

-Ah, me encargaron que ahí rece también por ellos.

De regreso ya no pudo cruzar el riachuelo, había crecido; ya era un enorme río, que gritaba, que aullaba, se había teñido de rojo.

domingo, 16 de noviembre de 2014

El día en que San Judas exploto

Por: Víctor Hugo Díaz Xolalpa

Ojalá lo maten. Así le receba la Jenny al San Judas de metro y medio que tenía en el jardín de su casa. No era la primera vez que le pedía a san Judas tal cosa, pero esta vez un golpe en seco sobresalto a la Jenny que tan entretenida estaba rezándole a esa estatua de mirada severa. Se levantó en chinga y fue a ver que se había caído y nada, sólo una pala que resbalo de la pared al piso. La levanto  y la dejo junto al machete con el que quitaban la hierba que crecía junto al altar del San Judas.

La Jenny era  una morra de mirada pizpereta, con el pelo entre pintado de  rubio cenizo y rojizo intenso, siempre usaba playeras con palabras en inglés bordadas en lentejuela brillosa de esas bien nice que venden en cualquier tianguis, mayones ajustados y encima unos shorts diminutos de mezclilla  que ingenuamente  los usaba sólo para que no se le notarán  las tangas que tanto le gustaban usar.

Un día se pintarrajeo, se echó un chingo de spray y perfume y espero al Brayan  sentada en la banqueta afuera de su casa. Pinche Brayan llego bien tarde y bien pedo. La Jenny se enojó y lo mando por un tubo. Enojo que se le pasó de volada después del que Bryan le metiera mano por aquí y por allá y sobre todo que le prometiera que pronto se le iba llevar lejos, quien sabe hasta dónde, pero bien lejos. La Jenny llena de ilusión se trepo a la motoneta tuneada con luces neón y estéreo surround.  Atravesaron calles y avenidas hasta llegar al terreno baldío en las faldas de un cerro. Ahí el Brayan le hablo bonito a  la Jenny,  le susurró al oído y quién sabe si fueron las palabras de amor o el aliento alcohólico lo que mareo a la Jenny, que rápido se quitó el short, se levantó la playera y dejo que el Brayan desgarrara sus mayones y le quitara la tanga.

Inclinada y con las manos sobre la moto,  mientras el Brayan como un perro sobre ella la penetraba, recordó la vez que lo conoció.  Fue en una fiesta de esas de reggaetón, en la oscuridad, entre luces strobo y activo, el Brayan se le acerco le tendió la mano  con un trozo de papel higiénico bañado en tiner. Eso y después de haber salido huyendo  de su casa de los golpes de su madre y de las acusaciones de su padrastro  de ser una pinche huevona, era  lo más maravilloso que alguien podía hacer por ella, ese día y toda la vida.  Mientras  el Bryan bramaba de lujuria, ella lo hacía de amor por aquellos momentos que venían a su cabeza. El Brayan grito, le dio una nalgada y se subió los pantalones. Ella se puso la tanga y los shorts, se bajó la playera medio desilusionada porque esperaba que lengua y los labios del Brayan pasaran por sus pezones. Los mayones se quedaron ahí  no más sobre las hierbas.

Se subieron a la moto para regresar, la Jenny iba recostada en la espalda del Brayan, dejando que el aire acariciara con ternura su rostro, sus sueños, sus esperanzas. El ronronear de la moto se mezclaba con una rola  vieja de reggaetón, “Pobre diabla”.  La motoneta atravesó la noche esquivando autos y la vida.

Ese día al llegar a su casa su madre  con toda la saña y la crueldad del mundo  golpeo a la Jenny por llegar tarde, por puta,  mientras que su padrastro  miraba el futbol y enfurecido gritaba para que no hicieran tanto ruido.

El día de San Judas, la Jenny le confeso al Brayan que estaba embarazada. Después de llevar a misa al San Judas de metro y medio de altura y de ser empapados de agua bendita, de haber puesto en su altar en medio del Jardín a aquel monumento a la fe, frente a San Judas, la Jenny tomo al Brayan de la mano casi como la vez que se conocieron, sólo que esta vez ella le tendió su vida. El Brayan la soltó, le dijo quién sabe qué tantas cosas y la dejo frente a San Judas.

Se hinco y empezó llorar, a rezarle al San Judas, ojalá lo maten, le pedía.  La pala cayó y en ese mismo momento lejos, muy lejos como quería la Jenny que se la llevara el Brayan, un carro choco contra la motoneta, el Bryan salió disparado, su cabeza choco contra el filo de una banqueta, su cráneo exploto. La ambulancia prácticamente se llevó sólo el cuerpo, lo poco que quedaba de su cabeza había sido tragado por un par de perros hambrientos que se acercaron y que nadie de los curiosos los ahuyento. En realidad los que acercaron sólo  lo hicieron para llevarse la cartera y lo que quedaba de la motoneta. El auto que lo aventó se fue, como él de la Jenny.

La Jenny volvió a tomar la pala, recordó que ni una de las tantas veces que le había rezado al San Judas este jamás le había concedido un sólo milagro. Levanto la pala, se tragó su tristeza, su derrota, sus esperanzas y dejo caer la pala sobre la cabeza del San Judas que al igual que la cabeza del Brayan exploto. Con un frenesí  incontenible la Jenny golpeo una y otra vez al San Judas hasta dejar la estatua de metro y medio en mil pedazos irreconocibles.

La madre al escuchar el ruido salió al jardín, miro a la Jenny  que lloraba con la pala en las manos en medio de los miles de pedazos que quedaban del San Judas. Se quedó por un momento contemplando a la Jenny, a su hija. Pensando en su esposo, que miraba el futbol adentro de la casa, en el padrastro de la Jenny que la había violado quien sabe cuántas veces.

La madre tomo el machete, lo alzo sobre el cuerpo de la Jenny, lo detuvo en lo alto por un momento mientras miraba las estrellas y la luna, era un noche hermosa. 

La primera vez que su esposo violo a la Jenny, ella no hizo nada.  Al otro día sin saber por qué regreso con el San Judas de metro y medio y se lo regalo a la Jenny, entre las dos hicieron el altar en el jardín. La Jenny con la pala hacia los hoyos para las rosas que iban a sembrar mientras  la madre con el machete quitaba las hierbas.

Una pequeña nube cubrió la luna, la madre bajo la mirada y dejo caer el machete sobre la Jenny.

jueves, 2 de octubre de 2014

Desapariciones

Por: Víctor Hugo Díaz Xolalpa

Int. Cuarto de Julián. Noche

Julián un tipo de 23 años aproximadamente, delgado, tez morena, estatura media, con una herida en la cara, se le notan las puntadas de la curación.

Está acostado boca arriba en la cama con la vista fija al techo. Prende un cigarro, fuma y deja escapar una larga voluta de humo.

El cuarto esta desordenado, un pequeño librero, imágenes pegadas a la pared del 2 de Octubre, Che Guevara, y del EZLN.

En un buró a lado de la cama donde esta la foto de Natalia hay un cenicero repleto de colillas de cigarro y un paliacate rojo.

Se oye un teléfono sonar en el cuarto continuo, su mamá grita.


Mamá (O.S.)

¡Julián es para ti!

Julián se levanta rápidamente, apaga el cigarro en el cenicero, toma el paliacate y sale corriendo del cuarto, pero no se da cuenta de que tira el retrato de Natalia, el cual cae lentamente y al llegar al suelo se rompe estrepitosamente.

Int. Pasillo. Noche.

Julián corriendo por el pasillo, que es lúgubre con una luz tenue, se detiene y comienza a caminar lentamente.

 

Ext. Manifestación Calle. Tarde (Flash Back)

Mucha gente que va caminando, marchando, con pancartas que dicen “Presos políticos libertad” “Los Masacrados serán vengados” “Ya Basta” e imágenes de Zapata.

Gente

¡Aplaudan, aplaudan no de dejen de aplaudir que el pinche gobierno se tiene que morir!


Entre la multitud va Julián y Natalia una chica de aproximadamente 21 años, delgada, tez blanca, estatura mediana, lleva un paliacate rojo en la mano izquierda, van juntos cargando una manta con la leyenda “Si la nación se deja engañar nuevamente por esas mentiras, siempre quedará al menos uno de nosotros dispuesto a despertarla de nuevo” a un lado la imagen del Subcomandante Marcos.

Se escucha un estruendo, todo el mundo se desconcierta empiezan a voltear a todos lados, nuevamente otro estruendo, van llegando granaderos por todos lados y empiezan a golpear a la gente.

 
Julián

Natalia no te alejes quédate a cerca de mi.

Natalia

No te preocupes, esos hijos de puta no hacen nada, no vas vienen a provocarnos.

Julián

Por las dudas, no te apartes de mí.

Todos comienzan a correr, desesperados de un lado a otro, empiezan a gritar.

Gente

¡No corran, no corran, júntense, júntense!


Julián

(Agarra de la mano a Natalia)
Corre, corre, no me sueltes.

Los granaderos se acercan.

Natalia

Vamos, vamos.

Corren entre la multitud y alguien cae al suelo, Natalia tropieza con él y cae también, se suelta de Julián que sin darse cuenta se queda con el paliacate en la mano.

Julián intenta regresar, pero no puede, cuando llega un par de granaderos que comienzan a golpearlo y a insultarlo, pero sin darles tanta importancia sigue con la vista hacia atrás buscando a Natalia, le dan una patada fuerte en la cara.


Granaderos

Ora sí hijo de tu chingada madre, pa’ que dejes de andar chingado.


Natalia se pierde entre la multitud.

Julián logra zafarse y corre entre la gente. 



Int. Sala Casa Julián. Noche.

Julián llega hasta donde esta su Mamá una señora de 50 años aproximadamente, tez morena, ojos grandes, arrugas en la cara.


Mamá 

¿Estás bien hijo? Aún no encuentran a Natalia.

Le da el auricular, lo abraza, suspira y se aleja.

Julián

(Angustiado)
No…
¿Cómo?..
Pero es que, no, no…
No puede ser…
Estaba conmigo…
Pero, pero… 

Cuelga el auricular suavemente, se detiene contra la pared y poco a poco empieza a descender hasta quedar sentado, respira y se suelta a llorar, oprimiendo tiernamente en sus manos el paliacate.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Ya no me recen

Por: Víctor Hugo Díaz Xolalpa
Había perdido el coraje, las fuerzas, sus sueños. No entendía que era lo que la animaba a continuar. Ya no era la impotencia, el enojo, la rabia, las ganas de vengarse. La nada, tal vez era eso, el vacío le había arrancado todo eso por lo que  había decidido hacerlo. Pero ahora, justo en el último momento había decidido que no, para qué o por qué continuar hasta el final, sí no valía la pena, no era como él. Demasiado tarde se dio cuenta. La vida ya la había arrancado, por absurdo que se escuche lo único que le quedaba, es decir, la muerte.

Llegó de la escuela como siempre, dejó sus cosas. Fue a la cocina a buscar algo de comer. Una naranja, la última,  la partió a la mitad, le echó sal y chile piquín. Leyó el recado  en la mesa “cuando llegues vas por las tortillas, un kilo”  prendió la tele  aunque no era para mirarla porque andaba bien entrada watsapeando, al poco rato ese incesante intercambio de datos fue interrumpido por una llamada de su mamá;  “no, pero ahorita voy” se levantó y salió.
En la calle aún iba comiéndose lo gajos que quedaban de la naranja, una camioneta de esas lujosas y bien bonita, se le acercó, los vidrios ahumados se bajaron; un gordo, bigotón, feo y con ojeras le preguntó por dónde estaba la Iglesia de la Virgen de la Asunción. Rosario  se tragó  el último gajo y aventó la cascara  junto a un árbol y  con esa misma mano le señaló la iglesia que estaba frente a ellos.
La camioneta siguió delante, ella compró las tortillas. 
Pasó un par de semanas y la rutina de Rosario era la misma, día tras día, aunque  con una pequeña diferencia los fines de semana que no iba a la escuela y no más en la tarde salía a comprar las tortillas. 
Ojos grandes, cabían cien hectáreas de árboles frutales en ellos. Sus labios, eran dulces y jugosos gajos de naranja. Su cuerpo, era el suspiro de todos los morros de la secundaria.  Joven y con hartos sueños. Fantaseaba cuando esperaba en la cola de las tortillas con ser esto o lo otro, aunque a veces se le pasaba por la mente en ser la amante de un narco famoso, como esos de los corridos del Komander  pa' andar en camionetas de esas de lujo y bien bonitas.
Un viernes por la tarde no llegó con el kilo de tortillas, “pinche chamaca a dónde chingados se habrá ido, de seguro ya anda de cusca” decía su mamá a su papá que se tomaba un cerveza mientras veía un partido repetido del mundial.  Llegó la noche y nada que apareció.  
Ahora sí; “Ay mi Chayito” “¿Dónde andara?” “¿Con qué si le paso algo?” “Tranquila vieja de seguro ya se fue con un hijo de la chingada que la sonsacó o con esas pinches pirujas con las que se junta” “Pero no se fue con ellas yo acompañé a mi hermana por las tortillas, no más en lo que fui por unos chetos y salí ya no estaba” “no, pos yo no más alcance a ver cuándo se subía en una camioneta negra, de esas de lujo y bien bonitas”
Al Señor le gustan como tú, jovencitas, bonitas, con ojos grandotes como los tuyos. Mira aquí te tiene como una reina, eres la primera a la que le da tantos lujos. Mírate qué bonito vestido, tus joyas, pos sí te trata bien y tú te quejas de que te tiene aquí encerrada todo el día. ¿Para qué chingados quieres salir? Sí aquí tienes todito.
Ella lloró, se acordó del morrillo que la andaba pretendiendo, la cartita adentro de un sobre con confeti y toda la onda, con una letra que medio se entendía que si quería ser su novia.
Después se hizo a la idea de que así era la perra vida, de que nada le servía seguir lamentándose cuando llegaba el Señor, porque si él la encontraba llorando se la chingaba, se la cogía y quien sabe que tantas cosas que ya luego ni se acordaba.
Pasó el tiempo como un pinche potro desbocado, que ni el polvo levanta de lo rápido que pasa. Rosario se embarazo. Espero nueve meses encerrada en un cuartillo húmedo, con cucarachas, casi sin comida. Ya no era la consentida del Señor. El Señor ya se había encontrado otra, una a la que sí paseaba en sus hartas camionetas, de esas de lujo y bien bonitas. Nació su bebe, el Señor mando por él niño recién nacido.  Rosario sólo escuchó rumores; corneas, hígado, riñones, células madre y quien sabe que tanto por mucho dinero.
Una noche el cielo explotó y parecía que Dios una vez más mandaba un diluvio para castigar a todo este pinche mundo podrido. Pero nada, entre lluvia y relámpagos comenzó el tiroteo y entre la gritadera y la corredera, la sangre y los muertos, Rosario escapó del Señor.
Las sirenas en coro anunciaban la llegada de eso que se le llama justicia. Rosario echaba espuma por la boca cuando de un machetazo decapito a la amante del Señor, esa que tomó su lugar  en las fiestas y las paseadas por la playa. El Señor en una silla, amarrado, con una naranja en la boca, miraba despavorido, jadeaba, se aventaba, intentaba ahora sí, amarla, pero ya no sabía si era el miedo a ella o la muerte que se ponía de frente y le enseñaba los colmillos.
Rosario tomó un sorbo de whisky, le quitó la capucha al hijo del señor, un morrito como de unos diez años, le puso la nueve milímetros en la cien. Sesos, trozos de cráneo y sangre salpicaron  la cara del Señor. Por primera vez Rosario lo vio llorar.
Ahora sí Jesús, te acuerdas cuando me decías que mis padres ya ni rezaban por mí porque ya me daban por muerta, cuando llorando te pedí por la vida de mi bebé… ahora sí, y todo se le nubló a Rosario. 
Quién sabe qué paso por la mente de Rosario, tomo un cuchillo y como si los cuerpos fueran los de un cerdo en el rastro, los abrió en canal, les saco las entrañas y las rego por todos lados y alrededor del Señor.
No entendía lo que hacía, pero no podía detenerse, ya no era el dolor, ni la  impotencia, ni el coraje, ni nada, pero no podía detenerse. Cuando vio todo el reguero de sangre y de pedazos de cuerpos entendió que no valía la pena, que no era como él. 
“Uste’ sabe que ya no le queda nada”, le dijo al Señor mientras lo desataba,  “todo terminó, lo perdono”, le dejo la pistola y le dio la espalda.
Hasta aquí lo lógico era que el Señor tomara la pistola, se le pusiera en la cabeza y jalara del gatillo mientras Rosario salía caminando hacia el amanecer. Pero no pasó eso, el Señor le sonrió a la espalda de Rosario y le dijo;  “Eres bien pendeja”  
Rosario suspiro y sus últimas palabras antes del estruendo fueron, “Ya no me recen”, tal vez pensando en su madre, en el morrillo que la pretendió, en su hermano o en sus amigas. Un rayo atravesó la habitación, el pulmón y el corazón de Rosario. Mientras la mañana se iba aclarando, Rosario antes de dejar la vida comprendió porque lo había hecho, y lo supo, era la muerte lo que al final le quedaba, era su muerte lo que le daba dignidad a la vida que paso con el Señor.
Las sirenas se apagaron, un chingo de policías entraron en el cuarto, fueron por el Señor. Está bien, está bien, está bien, iba corriendo la voz de radio en radio. El Señor está bien.