jueves, 19 de febrero de 2015

El río y las cenizas.

Por Víctor Hugo Díaz Xolalpa
Apresurados iban, abriéndose paso entre los matorrales, el que iba hasta enfrente con el machete iba cortando la ramas más grandes para abrirles camino a los otros dos, uno con una bolsa negra y el último, de atrás, iba cargando a cuestas un cuerno de chivo.
Eran varias horas de camino antes de llegar hasta el camino principal, y de ahí, rumbo al pueblo, era como una hora y media más de camino.

Los tres iban en silencio, sólo escuchando el ruido que provocaba el machete al chocar contra las ramas, antes de llegar al camino principal tenían que cruzar un riachuelo, se detuvieron frente a él, se miraron unos a otros y luego al riachuelo. El agua era cristalina, fluía con destreza entre las piedras, pero quién sabe hasta dónde iba dar. Ahí mismo decidieron descansar, tenían sed y hambre, aunque para ellos el hambre era lo de menos, podían aguantarse, pero la sed que traían se la podían quitar tomando agua del riachuelo, no lo hicieron. Después de un buen rato, el que llevaba el machete miró a su alrededor, retrocedió un poco y se encarreró para brincar el escueto riachuelo. Le lanzaron la bolsa negra al que ya había cruzado, después, uno intentó pasarle el machete que no alcanzó a llegar a la otra orilla y quedo semienterrado en medio del riachuelo. Al riachuelo parecía no importarle, lo rodeaba y seguía su camino. Los otros dos meditaron un rato, dudaron si saltaban o no. Pero el de la otra orilla comenzó a caminar cargando la bolsa negra a sus espaldas.

Ni modo, sabían que ya no podían cruzar, que era mejor regresarse y al otro le dejaron ir solo. Ahí no más te encargamos, le gritaron al otro que ni siquiera se inmutó ni volteó a verlos, mientras se alejaba hasta perderse en la vereda.

De repente como si un rayo hubiera pasado por su mente, el que cargaba el cuerno de chivo se regresó al riachuelo y dejo caer el arma en el agua. Regreso corriendo al lado de su compañero que lo esperaba a lo lejos mientras fumaba, al llegar a su lado le ofreció un cigarro.

El que pudo pasar, al llegar al pueblo, observó que la gente murmuraba, que iba y venía por las calles, había una enorme fila que salía del atrio de la iglesia.

Se fue al primer puesto que vio, se pidió unas quesadillas y una coca cola bien fría. Dejo la bolsa a un lado de la mesa donde se sentó. Un par de moscas se posaron sobre la bolsa, furioso se levantó y las espantó con rudos manotazos hasta que se aseguró que ya no volverían. Terminó de comer y se fue rumbo a la iglesia.

Paso en medio de la gente ignorando las miradas de curiosidad, haciendo a un lado a los niños que jugaban y corrían de aquí para allá.

Llego a la puerta principal, el padre se alegró al verlo.

- ¡Estaba preocupado, hijo! Mira la hora, y los fieles ya se desesperan, ya quieren su crucecita en la frente pa’ espantarse los demonios, qué dicen andan sueltos.

- No pos si ya estoy aquí, ya ve que de pronto llovió y pos ni cómo hacerle padre, hoy en la mañana tuve que terminar… pero mire ya está aquí.

- ¿Y tus hermanos?

- Se regresaron, padre…

-¿Y eso?

-Pos ya ve…

El padre depositó las cenizas en un recipiente e hizo pasar a los feligreses que ansiosos esperaban. Con el dedo comenzó primero con él, pero él se hizo para atrás…

-No padre, yo no'más quiero la bendición… las cenizas no, esas no, esas son para que Dios me perdone.

El padre desconcertado lo miró, y lo bendijo con la mano.

-Ah, me encargaron que ahí rece también por ellos.

De regreso ya no pudo cruzar el riachuelo, había crecido; ya era un enorme río, que gritaba, que aullaba, se había teñido de rojo.

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