miércoles, 23 de octubre de 2013

Frustración

Por: Víctor Hugo Díaz Xolalpa

Suena el despertador, veo la hora y me digo; no hay pedo, otro rato. Me quedo dormido, pero un sueño extraño y bien culero me hace despertar. Me paro, prendo el radio… voy a al baño, orino, me percato de que esta nublado y hace frío, regreso a mí cuarto y me vuelvo a meter a la cama.

Tarde, tarde, tarde, vas a llegar tarde otra vez, suena dentro de mi cabeza esa vocecilla que intenta hacerme responsable sabiendo que al final será en vano, pero no importa, lo intenta y otra vez; tarde, tarde, tarde, vas a llegar tarde otra vez. Termino por levantarme, veo el celular que también funciona como reloj, ¡mierda!, me digo, ha pasado casi una hora desde que sonó la alarma. Me levanto, corro, voy, vengo, busco, disque desayuno, me cambio, acomodo mis cosas, voy, vengo, me aseguro de no olvidar nada, ¡puta madre!, tarde, tarde, tarde, tarde, otra vez, vas a llegar tarde. Salgo de mi casa. Antes de cerrar la puerta regreso corriendo a apagar el radio.

Ahí voy como pendejo corriendo, diciéndome, más temprano, levántate más temprano, duérmete más temprano, vale madre.

Subo al metro, me relajo, me pongo a leer, me pierdo en la lectura y tres estaciones antes de bajar dejo el libro y trato de dormitar. Abro los ojos, no mames, aquí me bajo, doy un pinche salto y cual rápida gacela alcanzo a salir del vagón.

Intento correr, esquivar, pero por más que lo intento es un chingo de gente y no hay ni por donde rebasar. Me aguanto, camino al mismo paso lento y pendejo que todos los demás. Ahí voy tras de esa masa amorfa, oliendo sus pedos, tratando de escabullirme.

Salgo de la estación hecho la madre, bueno, casi, porque los pinches puestos ambulantes ocupan toda la salida.

Ya casi llegando al salón me acuerdo, el pinche artículo que tengo que imprimir. ¿Dónde, dónde, dónde? Ni pedo regrésate, me digo, y ahí voy buscando en donde imprimir; llego al primer lugar, no hay nadie; en el segundo, un chingo de gente; el tercero, no hay ni una mosca, entro y veo una chava malhumorada.
- Voy a imprimir
- Sí, en esa maquina
Voy a la computadora que me señalo, busco el archivo, lo mando imprimir.
- Ya lo mande
- Sí, ahorita… espérame.
Pasan como 5 minutos, me da la hojas, las checo y están mal impresas.
- Oye, salieron mal.
Con una cara de me vale madre no es mi pedo, contesta.
- Así las mandaste.
Las pago y en su cara rompo las hojas.

Salgo de ese lugar culero, busco otro.

Llego al otro cibercafé, repito lo mismo.
- Voy a imprimir
La chica encargada, que por cierto es muy guapa, me mira como si me conociera, se da cuenta de que no.
- Ahm ¿oye? – le dice a un imbécil que por lo visto se estaba haciendo pendejo, tal vez para compartir más tiempo con ella - ¿Ya acabaste de usar la maquina? 
El imbécil la mira, como diciendo, te amo por eso me hago pendejo y hago como que no encuentro el archivo que no tengo para imprimir. Miro al tipo y me ignora.

Me quedo esperando unos 15 segundos, me desespero y me paso al cibercafé de a lado. La misma rutina. Por fin logro imprimir. Miro el reloj, ¿cómo? en chinga paso media hora desde que me acorde que tenía que imprimir. Efectivamente valió madre la pinche clase.

Me pierdo en las islas, miro hacia rectoría, hacia el Ajusco, después el estadio, por último la biblioteca central, suspiro. Reviso las impresiones, ¡puta madre!, salieron mal. Las rompo y las tiro a la basura.

Intento leer, primera línea, no entiendo nada, segunda línea, nada, tercera línea, guardo el libro y camino hacia la central. Entro y vago entre los pasillos, los libros, saco uno de su lugar, lo hojeo, me voy relajando. Algo, unos poemas, sí, eso necesito para tranquilizarme. Saco de su lugar un libro de Pessoa.

Cinco minutos después de sentarme, de leerlos, me aburro y vuelvo a dejar el libro en su lugar. ¡Ahuevo! Ya sé quién puede quitarme está frustración, voy hacia el anaquel donde sé que están los libros de aquel autor. Me sorprendo al encontrar una nueva adquisición, sin dudarlo me hago del nuevo libro.

Sentando en la mesa de lectura, miro el reloj, faltan 45 minutos para mi clase de natación, me da tiempo. Me dispongo a leerlo. En chinga leo el primer relato, me paso al segundo, miro el reloj, veinte minutos.

Grrrr, mis tripas.

Quedan 20 minutos, un relato y unas ganas de cagar. Determino; claro puedo cagar y leer. Me voy al baño, pongo papel alrededor del asiento, por aquello de las infecciones, las almorranas y demás pendejadas. Me siento, primera caca, primer párrafo.

Me falta página y media, pero ya he sacado toda la mierda. Me limpio. Salgo del baño.

No diré el nombre del autor, porque eso le restaría importancia al acto simultáneo de cagar y leer.

Mientras camino al carrito donde se dejan los libros termino el tercer relato. Y me voy a la alberca. En chinga me cambio, me zambullo, que esto, que el otro, patada, brazada y a chingar su madre, se acabó la clase. Salgo del agua me voy a los vestidores y no hay agua caliente para bañarse, ni pedo.

Ya rumbo al metro, me encuentro con aquella persona que a lo más que me provoca es una erección de tres segundos, la saludo con una risita pendeja y cara de puta madre.

Por fin de regreso en mi casa, quiero una cerveza, pero no tengo dinero.

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